El millonario y oscuro negocio del carbón: Auge y miseria en El Cesar colombiano
El 65% de los US$690 millones en carbón que importó Chile en
2011 provino de Colombia, y una tercera parte de éste, del Cesar. La periodista
colombiana María Teresa Ronderos investigó cómo se produce ese carbón y recogió
la historia de miseria y contaminación de los habitantes de la región que
exporta más de US$ 3 mil millones, cuyas regalías se escurren por un agujero
negro de corrupción el que también exhibe vínculos de multinacionales con
paramilitares y asesinato de sindicalistas. Se estima un aumento de las
exportaciones a US$6.500 millones. ¿Y qué pasará con los habitantes del Cesar?

“Da vergüenza, uno rodeado
de tanta riqueza y este pueblo que debiera brillar está acorralado por esas
minas”, dice Lorenzo Arias, presidente de la junta de acción comunal de Plan
Bonito, un caserío del municipio de El Paso, en Cesar, el segundo departamento
productor de carbón al nororiente de Colombia.
Lo que dice Lorenzo Arias es literalmente cierto: los firmes
alambrados amarrados por postes de concreto de las empresas carboneras
encierran su pueblito de unas 200 casas. Al lado está la mina Calenturitas de
la empresa Prodeco, filial de Glencore, la más grande multinacional suiza que
domina el 50% de los mercados del metal de cobre del mundo. En 2010, Glencore
exportó carbón por casi mil millones de dólares y la sola mina Calenturitas
pagó US$34,2 millones de regalías al Estado colombiano, la mayor parte de éstas
para invertir en el desarrollo de la zona donde se extrae el carbón.
Sin embargo, los millones no brillan en Plan Bonito. De
aquel vividero sabroso, de gente humilde que sembraba yuca y ñame en tierras
ajenas y pescaba bocachico y bagre en el vecino río de Calenturitas, ya no
queda casi nada. Desde que despegó la bonanza minera hace un lustro, lo llaman
el pueblo de las dos mentiras: ya ni es plan ni es bonito.
Sus habitantes siguen siendo igual de pobres, pero la vida
les empeoró. Ya no tienen acceso a parcelas para trabajar ni pueden bajar al
río a pescar. El río lo desviaron y por donde corre ahora, hay guardias
privados que muchas veces no los dejan entrar. Al que no tiene trabajo en las
minas ni tienda para venderles algo a los mineros, la comida le escasea.
Las explosiones que remecen el pit de la Calenturitas no
sólo averían sus viviendas: también provoca que las venenosas serpientes
bocadorada y cascabel que están en la maleza, huyan a esconderse en las casas.
“Hay que estar mirando a los niños”, dice un lugareño.
Como el pueblecito está partido en dos por la vía que va de
La Jagua a La Loma y que le sirve de arteria a los emprendimientos mineros de
la zona, las tractomulas que pasan de día y de noche cargados de carbón no
dejan dormir y esparcen una estela de polvillo negro. Son camiones en su
mayoría de Prodeco, pues esta vía conecta su mina de Calenturitas con la de La
Jagua, situada en el camino a la cordillera que colinda al oriente con
Venezuela.
La carbonilla flota siempre en el aire caliente de Plan
Bonito. Cuentan allí que el bebé de Nelsy apenas nació se afectó de los
pulmones y que Dionisia Ochoa de 66 años, Augusto Jiménez de 57 e Isidro Sosa
de 40, andaban asfixiados cuando murieron. El agua de pozo profundo antes
limpia y clara ahora se tornó oscura. Nunca llegó el alcantarillado. La
Fundación Calenturitas de Prodeco hizo una escuelita pero la entrada es un
charco, pues no quedó adoquinada. En su interior se ven unos viejos pupitres,
que según contaron los vecinos, se los donaron los profesores del vecino pueblo
de El Hatillo, otra aldea que quedó cercada por las minas.
Varios hombres en Plan Bonito se han beneficiado como
contratistas enganchados por las bolsas de empleo, o directamente como
empleados de las minas: pueden ganar más de seis veces los salarios que
conseguían como jornaleros agrícolas. En total, son 25 mil los empleos directos
o indirectos que ofrecen las minas. Y los efectos se ven: ahora los
“drummeros”, como les dicen a los mineros por esas tierras pues es la
norteamericana Drummond la más grande carbonera de la zona y emplea a unas 10 mil
personas, gastan más, beben, estrenan mujeres, y el billar del pueblo vive
lleno.
La Glencore empezó una negociación con los habitantes de
Plan Bonito para comprarles sus casas y darles indemnizaciones por los daños
causados. Algo parecido estaba haciendo la Vale con los de El Hatillo, pero en
medio de las negociaciones, la gente, desesperada, bloqueó las vías y esto
llevó al Ministerio de Medio Ambiente a dictar varias resoluciones para obligar
a las empresas a mejorar la calidad del aire y a algunas de ellas, a hacer
bolsa común y asumir el reasentamiento de Plan Bonito y El Hatillo, además de
Boquerón, otro poblado que el ministerio consideró muy contaminado.

MALOS VECINOS
Para entrar a El Hatillo, el otro pueblo de 150 casas que
también tiene que ser reasentado, hay que pasar por un lodazal colmado de
basura: allí bota el boyante pueblón de La Loma sus desperdicios. Después se
ven sus casas sencillas de paredes de bahareque y techos de palma. El paisaje
de fondo es una árida colina que sirve de botadero de la mina del mismo nombre,
El Hatillo. La mina es explotada por la Vale Coal, una filial de la
multinacional brasilera Vale, la principal productora de hierro del mundo. En
2010, Vale exportó US$148 millones desde El Hatillo.
A unos 800 metros de El Hatillo está la mina La Francia, de
propiedad de la Colombian Natural Resources. Esta mina era de Coal Corp., una
empresa de ex directivos de la petrolera estatal venezolana PVDSA, hoy socios
mayoritarios de Pacific Rubiales, registrada en la bolsa de Toronto. Con La
Francia les fue mal: es una mina difícil de explotar por la forma de sus
depósitos y acumuló agua. Al parecer, según dijeron a CIPER, para proteger un
contrato de venta a una caldera en Estados Unidos, un directivo, asociado a
Goldman Sachs, consiguió que esta firma se quedara con la mina. Y hoy este
poderoso banco de Wall Street es dueño de La Francia y, junto con Drummond,
Glencore, Carbones del Cesar y Vale, es socio de Fenoco, la empresa que tiene
la concesión para operar los trenes que sacan el carbón desde el centro del
Cesar hasta los puertos en la costa Caribe, desde donde sale al exterior.
(Ver tabla Las mineras de carbón del Cesar).