La
problemática del trabajo infantil en Colombia:
muchas
aristas y pocas soluciones
—Informe especial—
Niños, niñas y adolescentes
que venden dulces, limpian carros, hacen malabares, interpretan canciones,
cocinan, lavan ropa, cargan agua, etc., etc., en el tiempo en que deberían
estar en la escuela, es algo tan común y cotidiano que la sociedad parece ya
haberse acostumbrado a verlo como un “mal inevitable” de los difíciles tiempos
que corren. Y no sólo en Colombia, pues es un flagelo mundial. El siguiente
informe, preparado por esta Agencia de Información, se ocupa del tema y trata
de sus causas, consecuencias y posibles soluciones.
En Colombia los
índices de trabajo infantil continúan siendo alarmantes y representan una grave
vulneración a los Derechos de la Niñez. Según cifras del DANE, en el último trimestre del 2012 se
registraron 1.111.000 niños y niñas trabajadores, muchos de ellos en
actividades que realizan ante los ojos de toda la sociedad, en lugares públicos
y concurridos. Otros, en peores condiciones, se dedican a labores como el
trabajo doméstico y la explotación sexual sin dejar de lado a aquellos que
empiezan a realizar actividades para grupos al margen de la ley, actividades éstas catalogadas como las peores formas de trabajo infantil.
La
Organización Internacional del Trabajo define el trabajo infantil como aquel que “priva a los niños de su niñez, su
potencial y su dignidad, y que es perjudicial para su desarrollo físico y
psicológico”. Es decir, el fenómeno se presenta cuando las actividades laborales
de los niños y niñas perjudican su desarrollo físico y emocional y los llevan a
la desescolarización. Según la OIT, no debe mirarse de forma negativa el hecho
de que un niño o una niña ayude a sus padres en algunas labores del hogar o en
negocios familiares, siempre y cuando no descuiden la escuela ni se les
vulneren los derechos a la recreación, la salud y el buen trato.
Colombia tiene una clara legislación al respecto. El artículo
35 del Código de la Infancia y la Adolescencia fija los 15 años como edad
mínima para trabajar, y aclara que los adolescentes entre 15 y 17 años
requieren de autorización por parte del Inspector de Trabajo o, en su defecto, del
ente territorial local, y deben tener las protecciones consagradas en la
Constitución Política, el régimen laboral y normas que lo complementan; y en los
tratados y convenios internacionales ratificados por Colombia. Tienen además derecho
a la formación y especialización que los habilite para ejercer libremente un
arte, oficio o profesión. Esto, porque los
adolescentes que trabajan están en mayor riesgo de abandonar la escuela. Según
datos del Ministerio
del Trabajo, en 2011 el 28% de éstos se registraron como ocupados, en contraste
con el 9% de los menores entre 5 y 14 años[1].
El problema del
trabajo infantil también está marcado por la condición de género, con
implicaciones diferenciadas para niños y niñas. “Los niños, en un mayor número, se dedican al trabajo de calle, mientras
que las niñas se emplean más en labores domésticas. Pero sea cual sea su oficio,
los menores dedican la mayor parte de su tiempo a actividades tan demandantes,
que pierden todo espacio para la educación y la recreación”, explica Elsa
Nidia Toro, de la Unidad de Niñez de la Secretaría de Inclusión Social y
Familia de Medellín.
En la mayoría de los
casos la realidad contrasta fuertemente con lo establecido por la ley, la cual ordena
que solo en casos excepcionales podrán concederse permisos a niños y niñas
menores de 15 años para desarrollar actividades culturales, artísticas,
deportivas o recreativas con remuneración, siempre y cuando no sobrepasen, bajo
ninguna circunstancia, las 14 horas de trabajo semanales. No obstante, muchos
menores de 15 años ejercen actividades laborales sin remuneración durante
jornadas extenuantes, que superan por mucho el tiempo estipulado en el Código
de la Infancia y la Adolescencia.
¿Por
qué hay trabajo infantil?
En un país como
Colombia, una de las razones más comunes para que los niños y niñas cambien la
escuela por el trabajo, es el alto índice de pobreza y exclusión que afecta a
miles de familias.
Según el DANE, el
49.9% de los niños(as) y adolescentes trabajan para contribuir a la economía de
la familia. En igual sentido, un estudio entre 176 niños y niñas de Medellín adelantado
por Gloria Amparo Henao, directora de Corporación Educativa Combos, encontró solo
dos casos de explotación laboral, entendida como acto coercitivo por parte de
adultos hacia los niños. “Por ello hay
que aclarar que la mayoría de las veces no se trata de explotación por parte de
sus familias, sino que como no hay empleo digno para los adultos, éstos necesitan
el apoyo del trabajo de sus propios hijos, así sean menores de edad”,
señala Henao.
Si bien muchos padres
que viven en la pobreza consideran que el ingreso que aporta el trabajo de sus
hijos es crucial para la supervivencia del grupo familiar (ya sea porque los
adultos están desempleados o porque su remuneración es tan baja que no alcanza
a cubrir las necesidades mínimas de la familia)[2],
existe otro factor que puede pasar desapercibido, pero que resulta significativo
a la hora de analizar el origen del
Minerito colombiano.
Foto Gerardo
Chávez. Del Concurso trabajo
infantil: el factor cultural.
Latinoamericano de Fotografía Documental.
.
En la sociedad se ha
instalado el imaginario que establece que la realización de actividades
laborales desde temprana edad, le posibilita al ser humano acendrar el sentido
de la responsabilidad y desarrollar habilidades y competencias que le servirán
para desenvolverse mejor en la vida. De ahí la tendencia a ver el trabajo
infantil como algo natural, y en ese escenario “los adultos se aprovechan de esa aceptación y emplean a niños y niñas
porque saben que son más rentables y despiertan mayor sensibilidad en las
personas”, explica Elsa Nidia Toro.
Esta situación, según
Gloria Henao, se conoce como “infantilización de la pobreza”, que se hace
patente en la preferencia social de comprar servicios y productos a un menor
antes que a un adulto, lo que contribuye a que el menor perciba que el mundo
laboral trae más ventajas que el escolar. Es frecuente escucharlos decir que
trabajan por gusto o porque un empleo les da ingresos que la escuela no. Datos
del DANE lo confirman: el 35% argumenta que “les gusta trabajar para tener su
propio dinero”. A otros les refuerza el sentimiento de autonomía, les parece
divertido jugar al mundo de los adultos.
Los niños, niñas y
adolescentes no siempre trabajan por gusto o por solidaridad con sus familias. Muchos
son víctimas de explotación. Detrás de algunos niños trabajadores está el negocio
de un adulto, que muchas veces se queda con todo el dinero y los hace trabajar
en condiciones muy perjudiciales. Además, para muchos adultos los menores son personas
más ingenuas y dóciles, por lo que prefieren emplearlos antes que a uno mayor
de edad. Eso de alguna manera se refleja en las cifras del DANE: el 46,1% son
“trabajadores sin remuneración”.
No
se judicializa a los explotadores
Pero, ¿quiénes son
los principales empleadores de los niños y niñas? En algunos casos son los
mismos padres u otros familiares, quienes utilizan su trabajo para incrementar
los ingresos familiares. En otros casos son personas que aprovechan la
situación de abandono de los niños y niñas, bien porque desertan de la escuela
y no cuentan con la debida vigilancia de sus padres, o porque quieren trabajar
para ayuda a su familia.
Es necesario subrayar
que una de las causas de que las peores formas de trabajo infantil persistan con
índices tan elevados, es la falta de severidad a la hora de castigar a los
adultos culpables de ello.
“La
mayoría de las veces no se judicializa a las personas que explotan laboral o
sexualmente a los niños o que los involucran en grupos delincuenciales. Se
necesita el concurso de la Policía, la Fiscalía y otras autoridades competentes
para que se encarguen de la parte legal, porque la parte social no tiene la
competencia para encargarse de todo”, dice al respecto Elsa
Nidia Toro.